* Joseph Sapati Moeono-Kolio nació en Samoa y actualmente vive en Aotearoa, Nueva Zelanda. Es miembro de los Guerreros del Clima del Pacífico, un grupo de isleños del Pacífico que se reúsa a que sus hogares, comunidades y culturas cedan ante los efectos del cambio climático. En colaboración con CAFOD, recientemente recorrieron Europa: durante el viaje, capacitaron a jóvenes defensores del clima en Polonia y Bélgica; visitaron escuelas y se reunieron con líderes políticos en Reino Unido; y compartieron sus experiencias y conocimientos sobre las mejores prácticas en la conferencia Laudato si’ en el Vaticano, donde tuvieron una reunión con el papa Francisco la semana pasada. Aquí, Joe comparte una reflexión sobre el estado de nuestro hogar común y nuestro deber como cristianos de protegerlo.
En su encíclica del año 2009 Caritas in veritate, el papa emérito Benedicto XVI escribió: “El medioambiente es el regalo de Dios para todos nosotros; y cuando lo usamos, tenemos una responsabilidad con los pobres, con las futuras generaciones y con la humanidad en su conjunto”.
Sus palabras expresaban la arraigada creencia de la Iglesia de que nuestra relación con la creación iba más allá de ser puramente extractiva y explotadora. Se trata de una relación integral, una donde la dignidad de cualquier parte de la creación está íntimamente relacionada con la de la otra. Es una que se ve destacada al reconocer que cada rincón de la creación —del cual la humanidad es tan solo una parte— tiene la huella de su Creador, lo que da testimonio de las palabras del salmista de que “del SEÑOR es la tierra”. (Salmo 24:1-2).
Si comprendemos, por lo tanto, que el fundamento mismo de nuestra existencia es efímero y está supeditado a nuestro Creador, la tendencia natural es preguntarnos cuál es el papel de la humanidad como parte de esta creación. Desde el principio, la Biblia lo deja muy claro: “Dios el SEÑOR tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. (Génesis 2:15). Aquí, vemos un claro ejemplo de cómo debe ser la relación de la humanidad con la creación. Cuando se nos colocó en el jardín, se nos concedió tanto la belleza comolos frutos de la creación para que pudiéramos disfrutarlos, pero también se nos hizo responsables de su cuidado y de la salud del hogar común que compartimos con el resto de la creación.
¿Y qué tal lo estamos haciendo?
En este punto es donde las opiniones difieren radicalmente. En el Occidente, la respuesta desafortunadamente varía según las corrientes ideológicas. Si bien todos estamos casi totalmente de acuerdo en que hemos dañado gravemente la salud del planeta, no todos estamos listos para convencernos de la magnitud del daño, según los datos que proporciona la comunidad científica.
Esto se hace más evidente en la discusión sobre el cambio climático. A pesar de las pruebas de que nuestros hábitos de consumo humano, de uso de combustibles fósiles, de sobreproducción y de desechos están afectando el clima, no todos se han convencido, por diferentes razones. Las reacciones ante la crisis climática van desde la apatía hasta la completa negación. Lo que debería ser una problemática que nos lleve a reflexionar más urgentemente sobre nuestro papel como administradores del planeta ahora se ve relegada a una que se utiliza para avivar el creciente índice de polarización en el Occidente.
La situación en las comunidades que están al frente de esta lucha, sin embargo, dibuja un panorama muy diferente. Lejos de ser un mero objeto de debate político, el cambio climático está teniendo consecuencias humanas muy reales en todo el mundo. Para quienes estamos al frente de esta lucha, el cambio climático no es un concepto lejano ni abstracto. Es real, y forma parte de nuestra realidad cotidiana.
Seré claro: no tenemos ningún tipo de interés en las guerras culturales e ideológicas del Occidente, donde los políticos y los críticos, y no así los verdaderos científicos, rechazan la ciencia del cambio climático. No tenemos ningún interés personal en la retórica incendiaria de este debate, donde los argumentos tóxicos de la ideología nos distraen de hacernos cargo del medioambiente tóxico que es nuestra realidad. No es asunto nuestro. Lo que nos preocupa es lo que vemos delante de nuestros ojos: la erosión de nuestras islas y con esto, del legado a nuestras futuras generaciones. Lo que nos preocupa es la falta de definición y, por ende, la falta de urgencia.
Obviamente, esta problemática tiene muchas aristas, y diferentes enfoques y discursos que influyen en ella. Se trata de mucho más que unos fríos números y unos aún más fríos modelos económicos: es ante todo una problemática humana. El cambio climático son los ciclones Winston y Gita arrasando Fiyi y Tonga, y destruyendo la infraestructura de nuestros países isleños casi todos los años. El cambio climático es la desaparición de los cementerios de nuestros ancestros y la erosión del futuro de nuestros niños. Son los incendios forestales en California, las sequías en Pakistán y Siria, más huracanes como Irma e inundaciones en Florida.
El cambio climático modifica más que solo el clima. El malestar que le causamos a nuestro hogar común divide nuestras comunidades y desplaza a nuestras familias. Tenemos que recordar que en el caos de los argumentos políticos y de los discursos ideológicos, no debemos olvidarnos de los seres humanos afectados por esta crisis ni volvernos insensibles ante su sufrimiento. Desde un punto de vista más profundo, el cambio climático es la manifestación de nuestro fracaso a la hora de proteger el jardín que se nos encargó cuidar.
“Francisco, reconstruye mi hogar porque se ha deteriorado”, le dijeron a San Francisco de Asís.
A pesar de que nuestro hogar se deteriora, nuestra determinación para repararlo no debe flaquear. Nuestra fe ahora nos demanda estar a la altura de las circunstancias, apoyar a todas las personas vulnerables de nuestro hogar y comenzar otra vez la tarea de reconstruirlo. A San Francisco de Asís se le encomendó esta magnífica tarea hace 800 años.
Hoy, mientras se forman nubarrones de incertidumbre, nuevamente somos llamados —aunque esta vez por otro Francisco— a tener la valentía de luchar. En su trascendental encíclicaLaudato si’, el papa Francisco nos recuerda que el cuidado del medioambiente está inmensamente relacionado con la preocupación por los más pobres. “También es una cuestión de justicia intergeneracional, porque cuando comenzamos a pensar qué tipo de planeta les dejamos a las generaciones futuras, vemos las cosas en otra lógica: nos damos cuenta de que el mundo es un regalo que recibimos y debemos compartir con otros”. (Laudato si’, 159). Esto debe ser ahora el centro de nuestro análisis de la crisis actual: el rostro humano del cambio climático y qué significa eso para las futuras generaciones.
El cuidado de nuestro hogar común es nuestro deber colectivo. La conferencia Laudato si’ que se realizó la semana pasada en Roma reunió a personalidades de todo el mundo: científicos pioneros en asuntos climáticos, líderes políticos, religiosos y empresariales, así como también a representantes de las comunidades indígenas al frente de la lucha contra el cambio climático. Las voces de extraordinarios jóvenes de todo el mundo se hicieron eco de la llamada a acciones más ambiciosas; un recordatorio de que son nuestra generación y las que vendrán quienes heredarán el fruto de nuestras acciones aquí y ahora. Los Guerreros del Clima del Pacífico —isleños del Pacífico unidos por la causa común de proteger nuestras islas— es un grupo que está a la altura del desafío, y construye la corriente de acciones climáticas comunitarias de base para influenciar las decisiones que finalmente determinarán nuestro futuro.
Entre las campañas que los guerreros han encabezado, se encuentra la campaña “1.5 to stay alive” (“1,5 para sobrevivir”, en español) que le dio voz a nuestra peligrosa realidad durante las negociaciones de la reunión COP21 en 2015 y que ha llegado a formar parte de la jerga de acción climática. “1.5 to stay alive” resume el simple hecho de que un aumento superior a 1.5 °C en la temperatura media anual del planeta sería una catástrofe para muchas de nuestras comunidades isleñas. Es más que un simple slogan, es la verdad de la que pende nuestra capacidad de existir.
Recorrimos Europa durante casi tres días con el fin de dar a conocer la gravedad de la situación y la necesidad de que nuestros mayores —a quienes normalmente acudimos para que nos guíen y orienten— viren nuestra canoa colectiva lejos de la trayectoria actual para tomar un nuevo rumbo hacia un futuro más sustentable.
Ahora debemos llevar este mismo espíritu a la próxima Cumbre Mundial de Acción Climática que se realizará en San Francisco, ciudad llamada así por San Francisco de Asís, a finales de este año. Esta es nuestra próxima oportunidad para movilizar las diferentes esferas de acción climática, algo que debe realizarse antes de la Cumbre del G-20 en Argentina y de la reunión COP24 en Polonia. Estas reuniones en países cristianos de gran población nos dan la oportunidad de poner nuestra fe y estos principios en acción y de cumplir nuestro deber moral como administradores de la creación. Más allá de estas importantes reuniones, las movilizaciones de base de personas de fe, jóvenes, comunidades indígenas y grupos de acción climática alrededor del mundo deben continuar con el fin de impulsar el avance hacia la justicia medioambiental.
Pope Francis has been a leading voice in the fight against climate change and he’s marshaling the resources of the Church for action. @CathClimateMvmt#LaudatoSi18 pic.twitter.com/xm9wXzJYXb
— The YEARS Project (@YEARSofLIVING) 16 de julio de 2018
“Quien tiene esperanza vive de otra manera”, dijo el papa emérito Benedicto XVI.
Coraje, queridos amigos. Por sobre todas las cosas, no debemos desanimarnos o ceder ante el cinismo, sino abordar con determinación nuestro compromiso de luchar contra las injusticias del cambio climático. Aunque el camino es largo y el trabajo difícil, no podemos perder la esperanza; después de todo, somos personas de fe. “Porque yo soy el SEÑOR, tu Dios, que sostiene tu mano derecha y te dice: ‘No temas, yo te ayudaré'” (Isaías 41:13). Nuestra fe en Cristo nos obliga a actuar y a su vez nos consuela en nuestros tantos momentos de duda y de frustración. Mientras reflexionamos sobre nuestro papel como administradores, pensemos en los que están al frente de la lucha contra la crisis actual, decidamos comprometernos más fervientemente a luchar contra esta amenaza y encontremos consuelo en saber que nuestra causa es justa.
Finalmente, les pedimos que nos recuerden: a nosotros, los rostros humanos del cambio climático. Que nos vean. Que nos apoyen. Que se unan a nosotros. El 8 de septiembre de 2018, el Pacífico se unirá una vez más para ser parte de la lucha mundial contra este peligro que amenaza con destruir nuestros hogares, nuestras culturas y nuestra forma de vida. Llamamos a las personas de todo el mundo a sumar sus voces al coro global por una verdadera acción climática. Porque esa es la verdadera vocación de todos los que profesamos seguir a Cristo: rebelarse contra la injusticia y apoyar en solidaridad a los más vulnerables.
Aquí en el Pacífico, somos más que solo ciclones, grandes mareas y la amenaza actual del cambio climático. Siempre hemos sido más. Somos familias. Somos comunidades. Somos los recuerdos de nuestros ancestros y somos el agua salada que corre por nuestras venas. Amigos míos, que quede claro: no solo peleamos por el futuro de nuestros hogares, sino también por el futuro de los de todos ustedes. El legado a nuestros hijos y nietos es motivo de nuestra transformación interior; reevaluarnos y unirnos, porque ese es el verdadero significado de la solidaridad.
Somos más que unas islas que se ahogan; somos las voces de las periferias que los llaman a ustedes allí en el Occidente a recordar su papel como administradores de la creación de Dios; que los llaman a tener la valentía de actuar.
“…pues la tierra es mía. Por tanto, en todo terreno de su propiedad, concederán derecho a rescatar la tierra”. (Levítico 25:23-24).