Dejemos los combustibles fósiles en el subsuelo para acabar con los crímenes climáticos

 

 

 

 

 

 

Estamos en una encrucijada. No queremos vernos obligados a sobrevivir en un mundo en el que apenas se pueda vivir. De las islas del Pacífico Sur a Luisiana, de las  Maldivas al Sahel, de Groenlandia a los Alpes, la vida cotidiana de millones de personas se ha visto ya perturbada por las consecuencias del cambio climático. Por la acidificación de los océanos, por el sumergimiento de las islas del Pacífico Sur, por el desarraigo de refugiados climáticos en África y en el subcontinente indio, por el recrudecimiento de tormentas y huracanes, el ecocidio en curso violenta al conjunto de los seres vivos, a ecosistemas y sociedades, amenazando los derechos de las generaciones futuras. Estas violencias climáticas nos golpean de modo desigual: las comunidades campesinas e indígenas, los pobres, tanto del Sur como del Norte, son los más afectados por las consecuencias del desajuste climático.

No nos hacemos ilusiones. Desde hace más de veinte años, los gobiernos negocian, pero las emisiones de gases de invernadero no se han reducido y el clima prosigue su deriva. Mientras que las comprobaciones de la comunidad científica se hacen más alarmantes, prevalecen las fuerzas del bloque y de la parálisis.

No es una sorpresa. Décadas de liberalización comercial y financiera han debilitado la capacidad de los estados para hacer frente a la crisis climática. Por doquier, poderosas fuerzas — empresas del sector de combustibles fósiles, multinacionales del agro-business, instituciones financieras, economistas dogmáticos, escépticos y negacionistas del cambio climático, responsables políticos prisioneros de estos grupos de presión— oponen obstáculos y promueven falsas soluciones. Noventa empresas están en el origen de dos tercios de las emisiones mundiales de gases de invernadero. Respuestas veraces al cambio climático perjudicarían sus intereses y su poder, pondrían en tela de juicio la ideología del libre mercado y amenazarían las estructuras y las subvenciones que les sustentan.

Sabemos que las multinacionales y los gobiernos no abandonarán fácilmente los beneficios que perciben de la extracción de las reservas de carbón, de gas y de petróleo o de la agricultura industrial globalizada tan glotona en energía fósil. Para seguir actuando, pensando, amando, ciudando, creando, produciendo, contemplando, luchando, hay que presionarles. Para desarrollarnos como sociedad, individuos y ciudadanos debemos actuar todos para cambiarlo todo. Lo demandan nuestra común humanidad y la Tierra.

Seguimos confiando en nuestra capacidad de detener los crímenes climáticos. En el pasado, hombres y mujeres decididos pusieron fin a los crímenes de la esclavitud, del totalitarismo, del colonialismo o el apartheid. Escogieron combatir en pro de la justicia y la igualdad, sabiendo que nadie lucharía en su lugar. El cambio climático es un reto comparable y preparamos una sublevación semejante.

Trabajamos para cambiarlo todo. Podemos abrir los caminos hacia un futuro vivible. Nuestro poder de actuar resulta a menudo más importante de lo que imaginamos. Por todo el mundo luchamos contra los verdaderos impulsores de la crisis climática, defendemos los territorios, reducimos las emisiones, organizaemos la resiliencia, desarrollamos la autonomía alimentaria con la agro-ecología campesina, etc.

Al acercarse la Conferencia de la ONU sobre cambio climático en Paris-Le Bourget, afirmamos nuestra determinación de que las energías fósiles permanezcan en el subsuelo. Es la única salida.

Concretamente, los gobiernos deben poner fin a las subvenciones que se destinan al sector de combustibles fósiles, y congelar su extracción renunciando a explotar el 80% de todas las reservas de combustibles fósiles.

Sabemos que esto implica un cambio histórico de envergadura. No vamos a esperar a que actúen los estados. La esclavitud y el apartheid no desaparecieron porque los estados decidieran abolirlos, sino por movilizaciones masivas que no dejaron otra elección.

La salida es incierta. Tenemos, sin embargo, una ocasión única de de renovar la democracia, de desmantelar el poder hegemónico de las multinacionales y de transformar radicalmente nuestros modos de producción y de consumo. Pasar la página de los combustibles fósiles constituye una etapa decisiva hacia la sociedad justa y sostenible que necesitamos.

No desperdiciaremos esta oportunidad, ni en París ni en ningún lado, lo mismo hoy que mañana.

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