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Si el 6 de octubre nos hubieras preguntado por lo que estábamos organizando para las conversaciones sobre el clima de la ONU previstas en Dubai entre los días 30 de noviembre y 12 de diciembre, habríamos respondido que era nuestra oportunidad de imaginar el mundo que queremos. El papel de movimientos de justicia climática como el nuestro es inspirar a la gente y exigir a lxs líderes mundiales que construyan ese mundo.
Sin embargo, tras más de un mes de descarnada violencia en Israel y Gaza, ¿nuestra respuesta sería distinta? ¿Qué sentido tiene organizarnos para las conversaciones sobre el clima de la ONU cuando lxs civiles se están viendo obligadxs a abandonar Gaza; cuando se están bombardeando ambulancias, hospitales y campos de refugiados; cuando las vidas de miles de niñas y niños corren peligro?
¿Qué sentido tiene hablar de justicia climática cuando, en un inquietante repunte del antisemitismo y la islamofobia, se están quemando sinagogas en EE. UU. y Europa y la población musulmana está enfrentándose a discursos de odio en todo el mundo?
¿Cómo podemos apoyar a quienes, mientras lloran la pérdida de vidas, incluidas las de civiles inocentes, quieren romper el círculo de la violencia?
Existe un hilo conductor que une nuestro trabajo en el movimiento climático con lo que está ocurriendo en Gaza: la necesidad de reivindicar nuestro papel activo y nuestra capacidad de decidir. Debemos oponernos a la idea de que no hay alternativas: al igual que las hay al cambio climático, también las hay a la guerra. Corresponde a los movimientos sociales insistir en que se trata de elecciones cuando es obvio, identificarlas como tales cuando no lo es e incluso proponer otras opciones.
Los horrores de esta guerra se están usando para dividir el movimiento climático y, en concreto, a sus jóvenes líderes más activxs. Las voces más destacadas están siendo objeto de ataques. En algunos casos, se las ha acusado de antisemitismo por expresar su apoyo a Palestina; en otros, se les ha pedido apartarse por completo de la lucha climática. No hay duda de que un movimiento dividido hará que tengamos menos opciones y podamos influir menos en la construcción de un mundo mejor.
La justicia climática guarda una relación directa con la paz. Supone asumir que debemos desarrollar una relación de armonía con nuestro entorno en vez de una que consista en explotarlo; supone apoyar a las comunidades que han sufrido en primera persona tanto las causas como las consecuencias del cambio climático: la extracción, la contaminación o los desastres meteorológicos extremos.
Los ingresos obtenidos mediante la extracción de combustibles fósiles son lo diametralmente opuesto a la paz: desempeñaron y siguen desempeñando un inquietante papel en la financiación de conflictos. La industria de los combustibles fósiles siempre combatió el derecho a la autodeterminación. A menudo, las comunidades que quieren proteger sus territorios de la extracción de recursos se enfrentan a la violencia de los gobiernos tanto en sus países como en el extranjero. La cantidad de dinero que algunas naciones gastan en guerras y en hacer posible esa extracción de recursos tiene una repercusión directa sobre cuánto queda para invertir en una transición justa a las energías renovables. Esas serían las alternativas que sí habría que financiar.
Nuestra responsabilidad es ponerles fin, lograr un alto a todos estos fuegos: tanto cuando nuestro planeta arde como cuando se bombardea la franja de Gaza. Es urgente que elijamos restablecer las condiciones para una paz justa y sentar las bases de la justicia.
El cambio climático es un problema colectivo, un problema que debe abordarse trabajando juntxs. Las comunidades que se reunirán en Dubai con motivo de la COP28 para resolver este problema estarán a tan solo 2.400 kilómetros de una zona en guerra. Resulta muy interesante que EE. UU. y China recién declararon tener objetivos comunes de acción climática en vísperas de la COP28. En el contexto actual, este anuncio se puede interpretar como una fuerte señal. Las conversaciones climáticas ofrecen un punto de encuentro a países a menudo antagónicos cuya cooperación, sin embargo, es de suma importancia en la lucha contra el cambio climático. ¡Claro que el movimiento puede estar más unido que las autoridades políticas!
Con lo que ha organizado para las conversaciones sobre el clima de la ONU, el movimiento climático pretende proponer una alternativa al mundo desigual en el que vivimos; pretende desarrollar y fomentar soluciones de energía renovable propiedad de la gente. Además de reivindicar esta visión, reconocemos que no hay justicia climática sin paz ni derechos humanos. El primer paso es apoyar las peticiones de un alto el fuego inmediato, de respeto a las leyes internacionales en materia de DD. HH. y al acceso y apoyo humanitarios. Para nosotrxs, evitar una catástrofe humanitaria y la pérdida de más vidas civiles sigue siendo la única opción.
Solo cuando la hayamos evitado, podremos seguir insistiendo en que siempre hay una opción, una alternativa. Una alternativa al cambio climático, a la guerra, al colonialismo, al odio, al antisemitismo, a la islamofobia. Porque solo así podremos lograr que, en el mundo, todxs tengamos derecho a la vida, a la tierra, al agua, al aire limpio; que cada persona pueda ejercer sus derechos individuales y colectivos. Si queremos llegar hasta ese punto, debemos lograr un alto a todos los fuegos. Por la justicia climática y la paz.
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