Hay una expresión muy utilizada en la lengua inglesa: se dice que hay un “elefante en la sala” cuando se decide hacer de cuenta que algo ridículamente obvio no está allí. En general relacionado a temas incómodos, imposibles de ignorar y cuyo resultado de la misma acción de ignorarlos puede ser tan desastroso como tener un mamífero de proporciones espectaculares dentro de una casa, llevándose por delante todo lo que encuentre en su camino.

Esta misma sensación fue la que causó el discurso de Mauricio Macri ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 24 de septiembre, al menos desde el punto de vista ambiental y, especialmente, en el contexto de los reclamos de la Movilización Mundial del Clima el 27 de septiembre pasado en varios puntos del país y en todo el mundo. Estas fueron las palabras del presidente: “Somos conscientes de la emergencia climática y debemos actuar de acuerdo con los compromisos del Acuerdo de París”. También dijo que el país había creado un plan para dar sus primeros pasos “hacia la neutralidad de carbono para 2050” y que Argentina estaba haciendo esfuerzos “en términos de energía más limpia, en particular de energía renovable”.

Si bien fue un discurso políticamente correcto en comparación al de otros presidentes de la región, lo que no mencionó fue la relación de Argentina con los combustibles fósiles, altamente nocivos para la salud y el medio ambiente, y cuya explotación forma parte central de la estrategia económica del país. El gobierno está apostando todas sus fichas a la extracción de gas y petróleo para resolver sus problemas económicos estructurales. Vaca Muerta, la mayor área de extracción de hidrocarburos del país y la segunda de shale oil del mundo, es nuestra versión local de ese mamífero que destruye nuestra casa mientras las clases políticas y empresariales hacen de cuenta que no lo ven.

Seamos claros: es imposible limitar el calentamiento global sin detener el uso de combustibles fósiles. Argentina, como cualquier otro país del mundo, puede prometer invertir en energía renovable, agricultura sostenible y plantación de árboles (y todo esto es positivo y muy necesario), pero mientras la quema de petróleo, gas y carbón siga adelante y en crecimiento, nada de esto será suficiente. No es que 350.org, la organización a la que pertenezco, lo diga de forma aislada, sino que los mejores científicos del mundo en materia del campo climático lo vienen manifestando durante años. Ninguna nación contribuirá realmente a alcanzar el objetivo del Acuerdo de París, que es limitar el calentamiento global a 1,5°C por encima de las temperaturas medias anteriores a la Revolución Industrial mientras continúe invirtiendo y, lo que es peor, subvencionando la extracción de gas.

Además de ser genérico al extremo (¿qué son estos planes de economía baja en carbono?) y estar basado en una realidad paralela a la que viven los casi 45 millones de argentinos, el discurso tiene un problema aún mayor: no sólo está avalado por el actual Presidente, sino por una gran parte de nuestra élite política y económica. La administración de Macri está llegando a su fin, pero ¿qué actitud tendrá nuestro próximo líder en relación a la crisis climática? A juzgar por las campañas electorales, el conveniente “olvido” de Vaca Muerta en el discurso oficial continuará existiendo. Las demandas para reducir las emisiones ya son demasiado fuertes como para ser ignoradas, tal como lo demuestran los más de 7,6 millones que salieron a las calles a exigir a sus gobernantes que actúen por la crisis climática y los inversionistas internacionales que decidieron no seguir financiando la industria de los hidrocarburos. Los candidatos que encabezan la contienda electoral, según las encuestas de opinión, aún no han tenido la amabilidad de explicar cómo conciliarán esta exigencia por un planeta saludable con la promesa de seguir expandiendo nuestro “elefante en la sala climático”. Una pista de porqué no lo han hecho aún: es imposible.

Solo por citar algunos casos: marcas mundialmente conocidas como Timberland, Vans y H&M suspendieron en agosto de este año las compras de cuero a ganaderos brasileños a causa de los incendios en la Amazonia. Además, en zonas de Neuquén cercanas a Vaca Muerta, los pequeños productores de manzanas ya se enfrentaron a daños en sus propiedades y dificultades para vender sus productos debido al temor de contaminar sus alimentos con los desechos químicos derivados del fracking, una de las técnicas utilizadas para extraer gas en esa región. De hecho, el fracking utiliza una mezcla de agua y productos cancerígenos que, inyectados a alta presión bajo tierra, rompen las rocas y liberan el gas que quedó atrapado. El problema es que estos productos cancerígenos permanecen allí, bajo tierra, en nuestras aguas y suelos y en los alimentos que consumimos. ¿Qué agricultor quiere trabajar su tierra con semejante riesgo para su salud y su supervivencia económica? Pero además, ¿quién desea importar una producción envenenada?

 

Una plantación al lado de un pozo petrolífero en Vaca Muerta

Apenas unos metros separan una zona de exploración de fracking de una plantación de manzanas en Allen.
Foto: Débora Gastal/350.org

 

El “elefante” de Vaca Muerta ya es muy visible, en especial para las familias humildes de Neuquén que sufren las consecuencias de esta desidia, y sin embargo, las inversiones no paran de llover. Tal vez por eso algunos grupos dentro de la opinión pública se enojaron con la joven activista sueca Greta Thunberg cuando dijo que Argentina continúa subsidiando los combustibles fósiles y expandiendo Vaca Muerta, así como las otras operaciones de gas, petróleo y carbón en el país. Atacan al mensajero sin prestar atención al mensaje. El problema no es con los argentinos, sino con que nuestros impuestos financien los beneficios de unas pocas empresas a expensas de la salud y el bienestar económico de la gente. 

El Programa de Fomento a la Inversión en el Desarrollo de la Producción de Gas Natural de Reservorios No Convencionales, suscrito por el gobierno federal en 2017, garantiza a las empresas que invierten en Vaca Muerta una remuneración mínima para los nuevos proyectos de gas en esa zona. Es una estrategia para que los accionistas de las compañías de hidrocarburos se beneficien siempre, incluso si no hay demanda de todo el gas extraído, como sucederá en el verano de este año, cuando los contribuyentes argentinos paguen alrededor de US$700 millones, según informó La Nación.

En otras palabras: un país en crisis y donde la pobreza va en aumento está quemando el dinero de sus impuestos para generar energía sucia, que ni siquiera está adecuadamente explotada, que perjudica a las poblaciones locales y potencialmente a todo el país, y que corre el riesgo de convertirse en uno de los villanos ambientales del mundo (con sus consecuentes sanciones internacionales). Cuando ese mismo dinero podría invertirse en la generación de empleos limpios, como la producción de energía solar y eólica, que son sumamente convenientes económicamente, o incluso en el desarrollo del turismo en la hermosa provincia de Neuquén, Río Negro, La Pampa y Mendoza, donde se encuentra Vaca Muerta. Y sin embargo, nuestro gobierno ha decidido beneficiar al sector petrolero antes que a su gente.

Para concluir, vale la pena recordar el hecho de que, aunque los países más ricos sean los mayores contaminadores del planeta, eso no exime a los argentinos de tomar decisiones inteligentes. No nos equivoquemos: cuando preferimos subvencionar la crisis climática y la ineficiencia económica del sector de los combustibles fósiles, no estamos perjudicando a las naciones ricas, sino a nosotros mismos. Podemos y debemos evitar el despilfarro de dinero público, el aumento de los riesgos para la salud de nuestras familias y la vulnerabilidad comercial de la agroindustria argentina. Con un elefante así en la sala, será difícil para el próximo gobernante argentino —quienquiera que sea— asistir a la ONU en el 2020 y decir que Argentina está trabajando por el bien del clima y de su pueblo. Corresponde al próximo presidente entender esto y actuar, justamente para evitar que pasemos vergüenza.

 

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Peri Dias – Gerente de Comunicaciones de 350.org Latinoamérica

Traducción: Rocío Rodríguez Almaraz