Por Rae Breaux – 1° de mayo de 2015

Si queremos justicia climática — no sólo adaptación a o incluso mitigación del cambio climático — entonces es importante entender los orígenes estructurales de la crisis.

Estoy pensando en esos orígenes hoy, y pienso en Baltimore.

La historia de Baltimore no empieza con la injusta muerte de Freddie Gray. No empezó con las injustas muertes de Mike Brown o Eric Garner. La profunda ira que los ciudadanos de Baltimore expresan en las calles tiene sus raíces en una larga historia de opresión. Y es esa misma historia de opresión la que nos ha traído a este momento histórico — con un clima sobrecalentándose, una política de cinismo y un descontento burbujeando en todo el mundo.

No hay que hacer grandes esfuerzos para argumentar que Baltimore está conectado al cambio climático. La desigualdad nos trajo aquí en ambos casos: la explotación de los recursos naturales por unos pocos a costa de la mayoría, la explotación de cuerpos negros y morenos y comunidades por ánimo de lucro (o reducción de costos, o negligencia, o simple racismo).

Nuestro trabajo aquí en 350.org está relacionado con la gente. No es que no nos preocupemos sobre los ecosistemas o “el medio ambiente” — para que conste: sí nos preocupamos — pero nos preocupamos de la gente urgentemente. Creemos que el cambio climático tiene el potencial de empeorar mucho más los sistemas históricos de opresión — y, al revés, creemos que el movimiento climático puede contribuir a crear un mundo fundamentalmente mejor.

Mientras estaba pensando en escribir esta publicación en mi blog, regresé y volví a leer la publicación de Deirdre Smith del pasado otoño sobre cómo el esfuerzo por la justicia climática está conectado con el esfuerzo de la justicia social que se estaba haciendo en Ferguson, Missouri. (Si no has leído el artículo de Deirdre,  ahora es el momento.) Entre otras cosas, habla de injusticia climática: cómo el impacto del Huracán Katrina afectó específicamente de manera mucho más profunda a las comunidades de color de Nueva Orleans.

En Nueva Orleans, Katrina. En Nueva York, Sandy.

En mi ciudad de residencia de Los Ángeles, los impactos del cambio climático igualmente los sienten de manera desproporcionada las comunidades de color. Mientras California lucha contra la sequía más intensa de mi vida, gente de piel oscura del Sur de California y del Valle Central se enfrentan a aumentos de los costos de agua y a reducciones de las formas de vida basadas en la agricultura. Algunos de los municipios de mayoría latina del Valle Central se han quedado completamente secos.

Ni la sequía de California ni la violencia policial de Baltimore son incidentes aislados. De hecho, estas historias están pasando a ser demasiado familiares.

Aún así, la gente se está levantando: #BlackLivesMatter está llamando y manteniendo la atención del mundo. Fight for 15 se ha convertido en un potente megáfono para trabajadores que históricamente han permanecido silenciados (cuya lucha apoyamos y creemos que es crítica para una transición justa). Y cada día, el movimiento climático clama más fuerte por un mundo mejor.

La lucha por la justicia climática es la lucha por la justicia económica y racial. No conseguiremos desactivar los motores del cambio climáticos hasta que no examinemos las causas originales de la opresión sistémica.

Hoy, mientras leemos los titulares sobre los seis oficiales de policía de Baltimore imputados por la muerte de Freddy Gray, sabemos que hemos sido oídos. Ahora, sigamos rompiendo estos sistemas juntos.

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