Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Introducción del editor de TomDispatch
Hace dos sábados, iba caminando con un amigo por un parque aquí en la Ciudad de Nueva York. Era fines de enero, pero yo iba vestido con un sweater ligero y una delgada chaqueta de otoño, que me acababa de sacar y llevaba atada alrededor de la cintura. Íbamos pasando una franja de tierra plana cuando repentinamente ambos reaccionamos tardíamente. Me miró y dijo: “¡Azafranes de primavera!” Atónito, respondí: “Sí, los veo”. Y ahí estaban, unos pocos vestigios de brotes verdes que se asomaban del suelo marrón como si fuera primavera. Un espectáculo tan común, reconfortante, pero que me provocó un escalofrío que evidentemente no estaba en el aire. Hasta las flores, pensé, están confundidas por nuestra nueva versión del tiempo.
Más tarde en esa misma semana, cuando las temperaturas en la Gran Semana llegaban a 15 grados, estaba conversando por teléfono con un amigo en Northampton, Massachusetts. Le estaba contando de los azafranes, cuando dijo repentinamente: “¡Ahora mismo estoy mirando por la ventana y por primera vez en mi recuerdo de enero, no hay una traza de nieve!”
Desde luego, nuestras historias no podían ser de menor importancia o anecdóticas, incluso si las temperaturas en esa semana nos hicieron sentir como si estuviéramos en otro planeta. De eso se trata, sin embargo: después de un rato, incluso las anécdotas se suman –tal vez deberíamos comenzar a llamarlas “anécdotas extremas”– y ahora mismo hay tantas de ellas narradas en todo el planeta. ¿Cómo no iba a ser así en un invierno en el cual, en EE.UU. 2.890 récords diarios de temperaturas máximas han sido rotos o igualados según la última cuenta, y las cifras siguen aumentando? Mientras tanto, hacia el sur, en México, abundan las anécdotas extremas, ya que partes del país viven “la peor sequía registrada”. Incluso dicen que los cactus se están marchitando y algunas localidades se han quedado sin agua (cómo sucede en Texas afligido por la sequía). Y lo peor de todo es que se espera que la sequía mexicana se intensifique en los meses por venir.
Y quién puede dudar de que en Europa, que sufre una ola de frío extremo como no se ha visto en décadas –incluso Roma tuvo una nevasca excepcional e informan que los canales de Venecia se están congelando– haya un conjunto de anécdotas demasiado extremas. Después de todo, en sitios como Ucrania, numerosas personas sin vivienda mueren de frío, las cañerías revientan, aumentan los apagones, y tal vez se esté generando una crisis instantánea de energía (mientras la Unión Europea se prepara a boicotear el petróleo iraní).
Es solo el comienzo de una lista. Y sin embargo, sucede algo extraño. Por lo menos en este país, uno puede leer informes meteorológicos muy raros o escuchar informes faltos de aliento en la televisión sobre tornados inesperados que afectan al Sur en enero, y pocas veces escuchamos alguna mención de la frase “cambio climático”. En vista de las circunstancias, el silencio relativo sobre el tema es bastante extraño, incluso si las preocupaciones por el cambio climático están al acecho cerca de la superficie. Tom
La gran burbuja del carbono
Por qué la industria de los combustibles fósiles se defiende con tanta acritud
Bill McKibben,
Si pudiéramos ver el mundo con un par de gafas particularmente iluminadoras, una de las características más destacadas del momento sería una gigantesca burbuja de carbono, cuyo estallido llevará un día a que la burbuja de la vivienda de 2007 parezca una broma. Por desgracia –como veremos a continuación– hasta ahora es mantenida en gran parte invisible.
Como compensación, sin embargo, la nueva tecnología posibilita algunas imágenes verdaderamente hermosas. El mes pasado, por ejemplo, la NASA actualizó la fotografía más icónica en la galería de nuestra civilización: “Mármol azul” tomada originalmente por Apollo 17 en 1972. La espectacular nueva imagen en alta definición muestra una foto de las Américas el 4 de enero, un buen día para sacar fotos porque no había muchas nubes.
Fue también un buen día por la manera impactante como pudo demostrarnos hasta qué punto ha cambiado el planeta en 40 años. Como explica Jeff Masters, el meteorólogo más leído en la web: “EE.UU. y Canadá están virtualmente libres de nieve y de nubes, lo que es extremadamente raro para un día de enero. La falta de nieve en las montañas en EE.UU. Occidental es particularmente inusual. Dudo que alguien pueda encontrar un día de enero con tan pocas nubes y tan poca nieve en todo el historial satelital, volviendo a comienzos de los años sesenta.”
De hecho, es probable que resulte ser que la semana en la que fue tomada la foto haya sido “la primera semana más seca en la historia registrada de EE.UU.”. Por cierto tuvo lugar después de 2011, que mostró los mayores extremos climáticos en nuestra historia – un 56% del país sufría sequía o inundaciones, lo que no era sorprendente ya que “la ciencia del cambio climático predice áreas húmedas que tienden a ser más húmedas y áreas secas que tenderán a ser más secas”. Por cierto, el año pasado la nación sufrió 14 desastres climáticos, que causaron cada uno 1.000 millones de dólares en daños. (El record anterior era nueve.) De nuevo Masters: “Estudiando el tiempo durante los últimos dos años ha sido como contemplar a un famoso bateador de béisbol dopado con esteroides”.
Ante datos semejantes –estadísticas que pueden ser duplicadas para casi cualquier región del planeta– se pensaría que ya estaríamos empeñados en un esfuerzo total por hacer algo respecto al cambio climático. En su lugar, presenciamos un esfuerzo total por… negar que exista un problema.
Nuestros candidatos presidenciales republicanos hacen lo posible por asegurar que nadie piense que están apaciguando a la química y la física. En el último debate republicano en Florida, Rick Santorum insistió en que debiera ser el candidato nominado porque se dio cuenta antes que Newt (Gingrich) o Mitt (Romney) del “engaño” del calentamiento global.
La mayor parte de los medios prestan notablemente poca atención a lo que está sucediendo. La cobertura del calentamiento global ha disminuido un 40% durante los últimos dos años. Cuando, digamos, hay un extraño estallido de tornados en enero, los presentadores en la televisión hablan cortésmente de “clima extremo”, pero el cambio climático es el desastre que no se atreve a pronunciar su nombre.
Y cuando rompen su silencio, algunos de nuestros órganos elitistas se complacen en caer en la negación total. El pasado mes, por ejemplo, el Wall Street Journal publicó un artículo de opinión de “16 científicos e ingenieros” titulado “No hay necesidad de sentir pánico por el calentamiento global”. El artículo fue fácilmente desmentido. No era otra cosa que una ensalada de argumentos, refutados desde hace tiempo, de personas que en su mayoría resultaron no ser climatólogos en absoluto, citando a otros científicos que dijeron que su trabajo real mostraba exactamente lo contrario.
No es ningún secreto de dónde proviene ese negacionismo: lo paga la industria de los combustibles fósiles. (De los 16 autores del artículo del Journal, por ejemplo, cinco han tenido vínculos con Exxon.) Escritores de Ross Gelpsan a Naomi Oreskes han probado este caso con un poder tan abrumador que nadie siquiera trata de seguir negándolo. La cuestión pendiente es por qué la industria persiste en negarlo ante un interminable conjunto de hechos que muestran que el cambio climático es el mayor peligro que hayamos enfrentado.
¿Por qué no se ajusta tal como terminó por hacerlo la industria del tabaco? ¿Por qué no invierte su riqueza en cosas como paneles solares y se beneficia hábilmente de la próxima generación de energía? Sucede que la respuesta es más interesante de lo que parecería a primera vista.
En parte es suficientemente simple: las gigantescas compañías de la energía ganan tanto dinero ahora mismo que no pueden dejar de engullir. ExxonMobil, año tras año, obtiene más dinero que ninguna compañía en la historia. Chevron no se queda muy lejos. Todos los que participan en el negocio nadan en dinero.
A pesar de todo, en teoría podrían invertir todo ese dinero en nueva tecnología limpia o en investigación y desarrollo para ella. Lo que sucede, sin embargo, es que tienen un problema más profundo, que ha quedado en claro solo en los últimos años. Dicho en pocas palabras: su valor se basa en gran parte en reservas de combustibles fósiles que no serán quemados si algún día llegamos a tomar en serio el calentamiento global.
Cuando mencioné una burbuja de carbono al principio de este ensayo, es lo que quería decir. Cito algunas de las cifras relevantes, por cortesía del Instituto Capital: ya estamos viendo una alteración generalizada del clima, pero si queremos evitar un desastre extremo, que estremezca la civilización, muchos científicos han indicado que un aumento de dos grados en las temperaturas globales es el máximo que posiblemente podríamos encarar.
Si lanzamos otros 565 gigatones más de carbono a la atmósfera, es bastante posible que crucemos la más roja de las líneas rojas. Pero las compañías petroleras, privadas y estatales, tienen actuales reservas en sus libros equivalentes a 2.795 gigatones – cinco veces más de lo que podremos quemar sin percances. Tienen que permanecer bajo tierra.
Dicho de otra manera, en términos ecológicos sería extremadamente prudente dar por perdidas esas reservas por un valor de 20 billones (millones de millones) de dólares. En términos económicos, claro está, sería un desastre, primero y sobre todo para los accionistas y ejecutivos de compañías como ExxonMobil (y gente en sitios como Venezuela).
Si alguien dirige una compañía petrolera, este tipo de pérdida es el futuro desastroso que le espera en cuanto el cambio climático sea tomado tan en serio como debiera serlo, y es algo mucho más espeluznante que las sequías y las inundaciones. Por eso se hará cualquier cosa –incluido el financiamiento de interminables campañas de mentiras– para evitar un enfrentamiento con su realidad. Por eso, simplemente seguimos adelante. Para tomar solo un ejemplo, el mes pasado el jefe de la Cámara de Comercio de EE.UU., Thomas Donohue, llamó a que se quemara todo el carbón, gas, y petróleo recientemente descubierto en el país – calculado en 1.800 gigatones de carbono, solo para nuestro país.
Lo que niegan él y el resto de la elite energética-industrial, en otras palabras, es que los modelos empresariales al centro de nuestra economía se encuentran en el conflicto más profundo posible con la física y la química. La burbuja del carbono que surge amenazadoramente sobre nuestro mundo debe ser desinflada pronto. Como en el caso de nuestra crisis fiscal, si no se hace causará enorme dolor – dolor que, en los hechos, es casi mayor de lo imaginable. Después de todo, si se piensa que los bancos son demasiado grandes para quebrar, hay que pensar en el clima en su conjunto e imaginar la naturaleza del rescate que nos enfrentaría si esa burbuja termina por reventar.
Por desgracia, no reventará por sí sola – no a la hora debida en todo caso. Las compañías del combustible fósil, con su negacionismo fuertemente financiado y sus donaciones récord a las campañas electorales, han logrado controlar hasta los esfuerzos más tímidos por controlar las emisiones de carbono. Con cada día que pasa, nos apalancan cada vez más en una deuda de carbono impagable – y con cada día que pasa, están obteniendo beneficios inimaginables. ExxonMobil informó la semana pasada que sus beneficios para 2011 fueron 41.000 millones de dólares, los segundos por su tamaño de todos los tiempos. ¿Os preguntáis quién tiene el récord? Es ExxonMobil en 2008, con 45.000 millones.
Decir la verdad sobre el cambio climático necesitaría apartar la mayor ponchera de la historia, precisamente cuando la fiesta está que arde. Por eso la pelea es tan dura. Por eso los que luchamos por el futuro tenemos que acelerar la marcha. Y es por qué será difícil reconocer nuestro planeta en esa visión satelital, por hermosa que sea desde lejos.
Bill McKibben es Schumann Distinguished Scholar en Middlebury College, fundador de la campaña climática global 350.org, colaborador regular de Tom Dispatch, y autor, recientemente, de Eaarth: Making a Life on a Tough New Planet.
Copyright 2012 Bill McKibben