Los discursos de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), que empezó justo en la Semana del Clima (del 20 al 27 de septiembre), confirmaron una impresión difundida en todo el mundo: que los políticos siguen sin escuchar la fuerte y clara demanda de las calles por políticas que realmente ayuden a apagar los incendios, literales o metafóricos, que castigan al planeta.

El viernes anterior a la apertura de una de las reuniones más importantes de la diplomacia mundial, cerca de 4 millones de personas marcharon por las avenidas y plazas de más de 160 países, durante las Manifestaciones Mundiales por el Clima. Inspirados por personas como la líder ambientalista Greta Thunberg, estos ciudadanos salieron a las calles para pedir a los gobiernos de sus países que dejen de pretender que será posible resolver la crisis climática con medidas paliativas y promesas vagas y a largo plazo.

“Los científicos ya han dicho con toda honestidad que tenemos menos de diez años para evitar los peores escenarios climáticos, aquellos en los que el planeta se calentará más allá de 1,5 grados Celsius. Los centros de investigación más respetados del mundo también han demostrado que el calentamiento global es causado por la quema de combustibles fósiles, así como una contribución significativa de la deforestación y otras fuentes de gases de efecto invernadero”, dijo Rubens Born, director interino de 350.org en América Latina. “No hay solución fuera de la transición energética y la conservación de los biomas, y personas de todas las edades, bajo el liderazgo de los jóvenes, han salido a las calles justamente para exigir que los políticos pongan fin a la era del petróleo, la pérdida de bosques y la injusticia para las poblaciones más vulnerables”, afirmó Born.

Lo que los gobiernos mostraron en la Asamblea General, sin embargo, fueron discursos vacíos o incluso contrarios a la demanda popular. El ejemplo brasileño fue bastante ejemplar de esta desconexión. En un discurso marcado por un tono belicoso y tenso, dos puntos se destacaron de forma negativa en el discurso del jefe de Estado de Brasil: la distorsión del escenario de los Pueblos Indígenas en el país y el intento de exonerarse de sus responsabilidades por la destrucción de la Amazonía y la inacción para reducir las emisiones brasileñas.

Sobre el primer tema, el escenario indígena, hubo una serie de fallas graves en los datos transmitidos. La principal, que merece ser corregida, es que se haya afirmado que las Tierras Indígenas son un latifundio improductivo. De hecho, podría decirse todo lo contrario: son áreas fundamentales para los ecosistemas que aseguran, por ejemplo, la producción de agua, que es el activo más preciado para los agronegocios y la vida en las ciudades. Cuando las lluvias salvaron a São Paulo y Brasilia de sus peores crisis de agua en los últimos años, esto sólo fue posible porque la vegetación del Amazonas y El Cerrado contribuyó a la evaporación de la cantidad de agua que cayó en el sudeste y centro-oeste. Cuando el productor de soja de Matopiba, región de fuerte producción agrícola en Brasil, tiene agua para sus cultivos, está siendo beneficiado por las Tierras Indígenas, que garantizan que su producción no muera por la sequía. Sin mencionar los beneficios para la biodiversidad y la riqueza cultural que garantizan las Tierras Indígenas. Atacar estos territorios o comprometer su papel como áreas de conservación y provisión de servicios de los ecosistemas es un camino suicida para los brasileños que viven en ellos y para aquellos a sus alrededores o más allá.

También mostró un grave problema al tergiversar la voz de los pueblos indígenas. Todas las organizaciones que representan a la mayoría de la población indígena y que defienden los intereses de estos pueblos desde hace muchos años, como la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) y la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (COIAB), abogan por la conservación de las Tierras Indígenas como parte esencial de la identidad y supervivencia de esta población. Es con estas organizaciones que el gobierno brasileño debería haber dialogado, antes de hablar en nombre de los Pueblos Tradicionales y presentar conceptos no muy basados en la realidad.

En cuanto a la destrucción de partes importantes de la Amazonia y de las emisiones de gases de efecto invernadero de Brasil, no existe científico serio que no diga de manera explícita que la industria fósil y las políticas públicas equivocadas para los agronegocios y la movilidad son responsables.

“La gran mayoría de los técnicos, dentro del propio gobierno, y los congresistas que creen en la ciencia, incluyendo los de la propia base aliada, están a favor de medidas para eliminar la posibilidad de uso de la técnica del fracking y reducir la dependencia de Brasil del petróleo, el gas y el carbón”, explica Juliano Bueno, coordinador de campañas para 350.org en América Latina.

Decir que las ONG ambientalistas están actuando en contra de los intereses del país denunciando la corrupción, la codicia y la irresponsabilidad que alimentan a la industria fósil y la destrucción del bosque es más que cubrir el sol con un colador. Es convenientemente tratar de desviar la conversación de lo que la gente realmente quiere saber: ¿cuándo vamos a hacer la transición que necesita el país, hacia una energía limpia y socialmente justa, un transporte colectivo de calidad y una producción agrícola inteligente, con respeto por el medio ambiente?

Esa es la respuesta que los políticos que participaron de la Asamblea General nos deben a todos.

 

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Peri Días – Gerente de Comunicación de 350.org Latinoamérica

Traducción: Rocío Rodríguez Almaraz