Por Peri Dias
Si bien los latinoamericanos tenemos la reputación de amar las telenovelas retorcidas, han sido precisamente los que escriben la historia de los Estados Unidos quienes nos han dado las mayores lecciones sobre tensión dramática de los últimos años.
Con las elecciones presidenciales estadounidenses del 2020, este gusto por el melodrama parece haber alcanzado su máximo esplendor. El mundo entero siguió, aprensivo y algo hipnotizado, los giros de la historia durante el proceso de campaña, votación y recuento de votos de los cincuenta estados que componen, en su totalidad, al país del norte.
Para los movimientos climáticos, la ansiedad por las elecciones no tuvo simplemente que ver con una mera curiosidad por el resultado, sino por el hecho de que las decisiones del gobierno norteamericano influyen sobre el destino del mundo entero, especialmente en relación con la crisis climática.
Ahora que sabemos que Joe Biden y Kamala Harris estarán a cargo del gobierno de los Estados Unidos a partir de enero y durante los próximos cuatro años, es un buen momento para hacer un balance, aunque definitivamente no exhaustivo, de los impactos que este cambio puede tener en el activismo y la política climática de los países en vías de desarrollo.
El efecto Trump
Una de las formas en que las elecciones en los Estados Unidos pueden repercutir en las políticas climáticas de los países en desarrollo es la influencia directa que la administración de Donald Trump posee sobre algunos gobiernos y sus decisiones.
Para Jair Bolsonaro, Donald Trump es una “inspiración”, una red de contención y seguridad. Sus tres hijos políticos, que en la práctica gobiernan junto con su padre, tienen contacto directo con algunos de los estrategas de Trump y son la vía directa que el presidente brasileño posee para importar el arsenal de tácticas del líder republicano.
A Bolsonaro le encanta decir que tiene una relación especial con Trump: a menudo saca este as bajo la manga cuando la prensa, las ONG, los líderes indígenas y/o los inversores lo presionan. Todos estos grupos han señalado en repetidas ocasiones el hecho de que Brasil se está aislando del mundo, y por consecuencia, sufriendo daños económicos debido al aumento de la deforestación en el Amazonas. Aún así, el gobierno brasileño continúa negándolo.
Tras la renovación de las políticas estadounidenses sobre el clima, el gobierno brasileño probablemente será más susceptible a la presión para proteger el Amazonas, fomentar prácticas ganaderas más sostenibles e invertir en energía renovable. O si decidiera doblar su apuesta por la negación del clima, tendría más dificultades para convencer a sus ciudadanos de que su aislamiento en el escenario mundial no está perjudicando al país.
Es importante recordar que Brasil, al ser el mayor territorio y la mayor economía de América Latina, tiene cierta influencia en las decisiones regionales. Específicamente, en el tema del clima, donde es también un actor de relevancia mundial debido a su población de 210 millones de personas y a la parte que posee de la selva amazónica.
Lo mismo ocurre con algunos otros países en desarrollo, en particular India. Al igual que el gobierno de Bolsonaro, el actual gobierno indio ha hecho de la lucha contra los movimientos sociales y las amenazas a las instituciones democráticas una estrategia para mantener el entusiasmo de sus votantes más acérrimos.
La supresión de uno de los puntos de apoyo externo del gobierno indio puede repercutir en la lucha por unas mejores políticas climáticas en el país asiático de más de 1.000 millones de habitantes. Como sabemos, la India es una potencia emergente, lo que significa que es otra importante pieza del rompecabezas de la reducción de las emisiones mundiales.
El efecto del Tío Sam
Además de la influencia directa que un cambio en el gobierno de los Estados Unidos puede tener en Brasil y la India, dos de los países con mayor peso en el escenario mundial climático, es posible predecir un efecto de las elecciones de los Estados Unidos en otras naciones en desarrollo.
Este efecto tiene menos que ver con la figura del actual presidente de los EE.UU. y más con la importancia económica y política del país, independientemente de quién esté en el poder. La retirada de los Estados Unidos del Acuerdo de París y la negativa del gobierno de los Estados Unidos a honrar los compromisos climáticos coherentes han servido de argumento para que varios gobiernos de América Latina, África y Asia mantengan sus ambiciones climáticas más bajas de lo que podrían ser.
Es importante reconocer que los Estados Unidos, como el mayor contribuyente histórico al calentamiento global y el segundo mayor emisor actual de gases de efecto invernadero, tienen una mayor responsabilidad de actuar para resolver el problema. Las naciones más pobres del mundo y los países emergentes son los que sufren las peores consecuencias de la crisis climática, a pesar de que son los que menos se beneficiaron del factor que está detrás de esta crisis, la quema de combustibles fósiles. Pero esto no es una excusa para que los gobiernos de estos países se sienten a esperar.
Si observamos a América Latina, por ejemplo, Argentina estaría mucho mejor sin la fractura hidráulica en la región de Vaca Muerta. La extracción de gas no convencional daña el medio ambiente, amenaza la agricultura y, literalmente, tira a la basura miles de millones de dólares en subsidios anuales. Aun así, cuando se le pregunta por qué sigue procediendo con las autorizaciones de perforación, el Gobierno argentino suele responder que el país no debería renunciar a los ingresos generados por los combustibles fósiles mientras los países más ricos siguen explorando sus propias reservas.
El efecto Benjamin Franklin
También hay, por lo menos, una vía más para la influencia de las elecciones estadounidenses en el activismo climático de los países en desarrollo: la afluencia de dólares (en la que Benjamín Franklin es una de las caras) a la industria de los combustibles fósiles.
Como 350.org ha señalado continuamente, el colonialismo climático está en pleno apogeo en el mundo de hoy. Al tiempo que anuncian el cierre de las minas de carbón y la inversión en energías renovables en sus territorios, los países desarrollados permiten que sus empresas operen o financien el funcionamiento de nuevas empresas de combustibles fósiles en África, Asia y América Latina.
Desde las minas de carbón en Filipinas hasta la extracción de petróleo en Nigeria o la Amazonía ecuatoriana, la imagen de empresas como la francesa Total, la holandesa Shell y la estadounidense Exxon está impresa en todas partes. Los bancos japoneses, europeos y norteamericanos también se benefician de estas empresas, financiando y ayudando a estructurar sus operaciones.
En el juego de seducir al electorado, inherente a la política, la inacción de los Estados Unidos se convierte en uno de los factores que alimentan el discurso de que los países de ingresos bajos, medios y medio-altos, como la Argentina, no pueden permitirse el lujo de buscar una transición energética. Si el gobierno de los Estados Unidos muestra liderazgo en la acción climática, sostener esa visión será más difícil, y la vida de los activistas del clima en todo el mundo será más sencilla.
Now that the Fed has acknowledged that climate change is a financial stability risk, we hope it will address that risk in the $800 million the Fed still holds in Energy and Utility sector bonds…
— Moira Birss (@moira_kb) November 19, 2020
Un cambio en las políticas americanas para el clima podría interferir en esta dinámica. Como señaló el coordinador de la campaña financiera de 350 Asia, Chuck Baclagon, en una entrevista con la CNN, los Estados Unidos podrían utilizar su influencia para presionar a los bancos, las compañías de seguros y los fondos de pensiones a fin de que corten los flujos financieros que permiten la realización de nuevos proyectos de petróleo, gas y carbón.
“Si la nueva administración deja claro que el clima vuelve a ser una prioridad, las instituciones financieras de todo el mundo lo tendrán en cuenta”, dijo.
El liderazgo está en la gente
Considerando todos los efectos que mencionamos, es hora de reconocer que, independientemente de los cambios que sucedan en los EE.UU., la lucha contra el clima, especialmente en los países más pobres y en aquellos donde el autoritarismo ha estado creciendo, seguirá siendo un desafío.
Los derechos de los Pueblos Indígenas continuarán siendo atacados en todo el mundo, y estas comunidades seguirán protegiendo su forma de vida y la Tierra. Su visión del mundo seguirá siendo una inspiración fundamental para la transición que necesitamos.
Las compañías petroleras y de gas continuarán con su trabajo de desinformación y ejercerán presión contra los cambios en la legislación y las políticas sobre el clima. Así, las comunidades más afectadas por ellas tendrán que mantenerse firmes en sus movilizaciones para proteger los medios de vida y la salud de sus familias.
Otra cuestión urgente en las naciones más vulnerables es la falta de recursos para crear resistencia y mitigación climáticas, cuestión en la que los Estados Unidos tienen una importante responsabilidad de contribuir, dado su papel como uno de los principales emisores de CO2 en los últimos tres siglos. La presión para aumentar la financiación de una transición justa, hasta el punto en que realmente alcance el nivel que debería, tendrá que continuar.
Otra demanda importante y aún no escuchada del activismo climático en África, Asia, el Pacífico y América Latina es la condonación de la deuda externa de los países más pobres. Como resultado de una historia colonialista, esta deuda debe ser reorientada hacia medidas de resistencia frente al cambio climático y la inversión en energía limpia y otras oportunidades de trabajo sustentable.
Después de tantos años de lucha, las comunidades tradicionales y los defensores del clima de las regiones más vulnerables del mundo se han convertido en expertos en navegar contra la corriente y en no dejar que el barco zozobre. Ellos permanecerán firmes en sus demandas y en su trabajo para desviarnos del rumbo de la colisión climática, tanto si el motor “made in USA” empieza a funcionar a pleno rendimiento, como si pasa otros cuatro años girando lentamente. Los defensores del clima de los países en desarrollo saben muy bien que no tenemos tiempo para esperar.
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Peri Dias es el Gerente de Comunicación de 350.org en América Latina.
Traducción: Rocío Rodríguez Almaraz