Alternativas al fin de los combustibles fósiles como la captura y el almacenamiento del carbono (CAC), las «emisiones netas cero», la bioenergía, la energía nuclear, el gas «natural» o la geoingeniería entre otras son desde insuficientes a engañosas, problemáticas e incluso peligrosas a la hora de hacer frente al cambio climático.

Al sopesar estas ideas, que suelen contar con el apoyo de las empresas de combustibles fósiles y los gobiernos que dependen de ellas, se corre el riesgo de que nuestrxs líderes, las personas con poder de tomar decisiones y otrxs agentes clave en la sociedad pospongan las importantes acciones que deben poner en marcha. Atrasarlas significaría dar carta blanca a las compañías e instituciones que prefieren que sus beneficios se disparen aunque suponga un desastre para las comunidades más vulnerables del mundo. Muy a menudo, al fomentar estas propuestas se da fuerza a quienes, para lucrarse, dependen de que todo se siga haciendo «como se ha hecho toda la vida».

Si algo sabemos es que el cambio climático ya está produciéndose. Sin embargo, para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC y mitigar las consecuencias más graves de la crisis, debemos procurar que los combustibles fósiles no se extraigan del suelo. Además, hay que reducir de manera considerable las emisiones durante la próxima década para evitar los peores efectos del cambio climático.

En definitiva, nuestro objetivo debe ser acabar por completo con las emisiones de gases de efecto invernadero. Puede que compensarlas, gravarlas o capturarlas y almacenarlas esté dentro de la lista de opciones. Sin embargo, estos procedimientos no son suficientes en absoluto.

Del mismo modo, aunque todos desempeñamos nuestro papel a la hora de reducir nuestra huella de carbono y cambiar hábitos poco sostenibles, terminar cargando la responsabilidad sobre los individuos en vez de sobre las corporaciones energéticas, las instituciones financieras y los gobiernos supone dejar que los culpables de la crisis sigan causando estragos en nuestro clima.

Para acelerar esta transición, necesitamos que los gobiernos apliquen políticas inteligentes y progresivas y una inversión pública a gran escala que proceda en particular de países ricos. También deben imponerse moratorias con efecto inmediato a toda nueva extracción o producción de combustibles fósiles. Además, es necesario que las instituciones económicas dejen de sufragar compañías de combustibles fósiles que están obteniendo beneficios de récord mientras el mundo se quema.

Las naciones ricas del Norte deben pagar la parte que les corresponde en ayudas a países en desarrollo y, en definitiva, sufragar la transición energética global. Se necesita capital para invertirlo en energía limpia y en reparar pérdidas y daños, especialmente en países del Sur global. En esta parte del mundo, las comunidades que menos culpa tienen de la crisis están sufriendo ya sus peores consecuencias.

 

Debemos dejar de considerar falsas soluciones y transformar para siempre nuestros sistemas energéticos. Debemos abandonar los combustibles fósiles, centralizados y controlados por compañías, así como otras tecnologías perjudiciales. Debemos avanzar hacia sistemas energéticos limpios y que sean propiedad de las comunidades, las empoderen, faciliten el acceso a la energía, creen empleo y sean respetuosos con el planeta.


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